«No hemos inventado nada que la naturaleza no haya creado antes», asegura Marisa Hernández-Latorre (Valencia, 1969), aunque cierto es que a su empresa no le sale competidor en el mercado. La emprendedora, ingeniera industrial de formación, lleva coleccionando reconocimientos desde que puso Ingelia en marcha allá por 2007. Hoy, la startup tecnológica puede presumir de su capacidad para recuperar más del 95% del carbono procedente de residuos orgánicos de forma rentable y sostenible.
Lo que a la valenciana le pareció un sueño hace 17 años, cuando «no existía tecnología desarrollada para el resto, porque es húmedo y habitualmente acaba en vertederos o sometido a tratamientos térmicos más costosos», hoy se materializa en carbono sólido a través del sistema HTC. Las tres letras mágicas hacen referencia a la carbonización hidrotermal, un proceso químico que convierte la materia orgánica en condiciones de alta temperatura y presión en presencia de agua.
«Lo que hacemos es acelerar ese ciclo de formación del carbón que en la naturaleza dura miles de millones de años, y que se produce cuando las hojas de los árboles, los animales, en general, la materia orgánica, caen al suelo y terminan cubriéndose de tierra. Con el paso de los años, se van sometiendo a esos agentes hasta que se forman las vetas de carbono», explica. La empresa española es capaz de conseguir el mismo resultado en menos de lo que duraría ver las dos películas de Dune (Denis Villeneuve).
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«Hemos desarrollado equipos a presión que aplican cambios de 20 y 200 grados; en cuatro horas conseguimos esa carbonización, que es básicamente un proceso de deshidratación, no es otra cosa», explica Hernández-Latorre, asegurando que se trata de algo «muy sencillo». Así se lo hace ver a EL ESPAÑOL | ENCLAVE ODS durante su entrevista en el marco de Mujeres emprendedoras en transición ecológica, evento organizado el pasado 8 de mayo por la Fundación Repsol para destacar la trayectoria de empresarias con proyectos pioneros en materia de sostenibilidad.
En 2010, Ingelia inauguró su primera instalación en Valencia, pionera a nivel mundial en operar con esta tecnología. «Hoy seguimos mejorando e invirtiendo, también, por ejemplo, en equipos de postratamiento para sacar carbón de diseño. La idea es ir sustituyendo esas materias primas que en la industria cementera, siderúrgica, energética, etc., son básicas y dar una segunda vida a los residuos que se generan en el mundo», apunta la fundadora.
Cada año se generan en el mundo 2.010 millones de toneladas de desechos sólidos municipales (DSM), cantidad que podría caber en 822.000 piscinas olímpicas. En un contexto en el que al menos el 33% de ellos no se gestionan sin entrañar un riesgo al medio ambiente, convertirlos en biochar —carbón vegetal— «requiere la instalación de muchas plantas; es un reto para nosotros, pero creemos que tenemos los medios necesarios para conseguirlo».
Cuando los residuos llegan hasta sus plantas, pasan por un proceso de filtrado. El residuo debe estar triturado a un tamaño máximo de ocho a diez centímetros para poder tratarse. Los impropios se separan a través de los lavados, y después existen diferentes formas de tratar la materia, como el compostaje o la digestión anaerobia. Así, la startup recupera el 98% de los materiales de los desechos, incluyendo dos que se integran en la lista de materiales críticos de la UE (carbón metalúrgico y fósforo), base de la directiva de economía circular.
Según dice, «lo que se consigue con este sistema es muy interesante porque, además de contribuir a reducir las emisiones de CO2, con él las empresas pueden reducir el riesgo que supone obtener esas materias primas, así como los costes de transporte». Como ya explicó a INNOVADORES | EL ESPAÑOL en 2019, se aplica sobre el bifosfato de las plantas de biogás, restos de poda de los jardines, residuos orgánicos, bioresiduos, lodos de las depuradoras y otros «materiales que normalmente suponen un problema por su gestión porque apenas tienen valor».
Pioneros en España
Hernández-Latorre asegura a este periódico que su tecnología es la única que produce un carbón que cumple con las normas de calidad ISO. Aunque el sector está creciendo en torno a esta, en España es su equipo el que marca la pauta e introduce el biocarbón en otras industrias. Según sus palabras, «el resto de empresas están todavía depurando esa parte; nosotros pensamos que tenemos aproximadamente unos cuatro años de ventaja competitiva respecto a nuestros competidores, que fundamentalmente están en Europa y son cuatro o cinco», estima.
«¿Es difícil cumplir con estos estándares?», preguntamos. «No, lo que pasa es que hay que desarrollarlos. Cuando creas un proyecto innovador no existen normativas que se puedan aplicar porque, si no no sería innovador, ya existiría antes», responde. «Lo primero que hay que hacer es ver que realmente eres capaz de fabricar algo que cumple, en este caso, con la normativa de residuos, que no es perjudicial para el planeta ni los seres humanos, y que tiene un mercado en el que interesa comprarlo».
Y añade: «Una vez consigues eso, tienes que desarrollar la normativa aplicable para poder venderlo, si es que no existe. En nuestro caso, la norma ISO de biocombustibles ya incluye el uso de la tecnología HTC para ciertos tipos de biocarbones de residuos». Antes, dice, esta no existía, pero hoy sí. «Cooperamos continuamente con los grupos de trabajo de esas normativas; ahora estamos trabajando en la nueva ISO del sector siderúrgico». Además de esto, Ingelia tiene tres sellos de excelencia de la Comisión Europea y un certificado KET que la cataloga como una empresa clave en la valorización de residuos orgánicos en la UE.
Desde que salieron al mercado, «el proyecto se ha visto acompañado por numerosos reconocimientos europeos e internacionales», celebra. Hoy, la startup valenciana cuenta con 17 patentes y aspira a seguir creciendo en España. «Nuestro país tiene oportunidades muy buenas a la hora de invertir en estos proyectos: la primera es un marco regulatorio común en la UE, lo que nos da mucha flexibilidad en otros países, y la segunda reside en su potente fuerza universitaria; los jóvenes tienen mucho talento y están deseando encontrar un proyecto donde desarrollarse».
El desafío aún pendiente, reflexiona en la entrevista, es «lograr que el sistema financiero sea más ágil para que podamos llevar al mercado toda esta tecnología por la que hemos apostado, sin perder el liderazgo competitivo y, por tanto, sin correr el riesgo de que nuestros proyectos acaben en fondos de inversión extranjeros. Porque, sí, estarán muy bien, pero esos desenlaces son una pena porque el esfuerzo inicial y la inversión se han hecho aquí; hay que defenderlos», zanja.
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