Descarbonizar el transporte es fundamental para alcanzar la neutralidad climática en el año 2050. Los turismos por sí solos representan el 12% de todas las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de la UE, según datos del Consejo Europeo. Naciones Unidas ha solicitado a los fabricantes que dejen de producir motores de combustión antes de 20 años y en este sentido, la transición hacia la movilidad cero emisiones presenta para la industria de la automoción uno de los mayores retos de su historia. En este contexto en el que el tiempo apremia, los biocombustibles ganan protagonismo y se postulan como una de las grandes esperanzas para contribuir a habitar un planeta más verde.
Estos combustibles renovables se obtienen a partir de materias primas de origen orgánico. En función del origen de la materia prima se clasifican en biocombustibles de primera generación (1G), que provienen de cultivos agrícolas como la caña de azúcar, la remolacha o la melaza, cereales como el trigo, la cebada o el maíz, o aceites como la colza o la soja y de segunda generación (2G) cuando están producidos a partir de residuos orgánicos, como aceites usados de cocina, desechos agrícolas o ganaderos o biomasa forestal, entre otros. Son determinantes para impulsar la transición energética ya que se presentan como una solución energética basada en la economía circular que permite descarbonizar el transporte por tierra, mar y aire, de manera inmediata, sin necesidad de cambiar los motores actuales. Se trata de una tecnología estratégica para la consecución inmediata de la transición energética que puede llegar a reducir hasta en un 90% las emisiones de CO2 respecto a los combustibles tradicionales.
Hay que tener en cuenta que los biocombustibles son capaces de reemplazar parcial o totalmente a los combustibles tradicionales, tanto en su estado líquido (como sustitutos del diésel, la gasolina o el queroseno) como gaseoso (en vez del gas natural o el GLP, que es gas licuado de petróleo) y este factor abre muchas posibilidades a la hora de descarbonizar sectores que dependen en gran medida de los combustibles fósiles.
En la actualidad los biocombustibles todavía no han alcanzado una alta penetración en la industria, la aviación o el transporte marítimo, se están suministrando para la realización de pruebas, y su utilización es ya habitual en camiones y automóviles. De hecho, desde hace años, en España y en otros países de la Unión Europa, existe la obligación de mezclarlos con los combustibles convencionales, tanto con el diésel como con gasolina. Por ejemplo, en 2023, el porcentaje de biocombustibles de incorporación necesaria para el transporte rodado en España se cifraba en el 10,5%, una cantidad que está previsto se incremente hasta llegar al 12% en 2026.
La aplicación de los biocombustibles en nuestra manera de movernos es clave en el rumbo que está marcando la transición energética, pero todo ello se vincula, además, con el desafío que supone el acceso a la materia prima para producirlos. En este punto es donde compañías como Cepsa están centrando sus esfuerzos para avanzar más rápido en la transición energética. A través de su estrategia Positive Motion, la empresa se ha marcado como objetivo liderar la fabricación de biocombustibles en España y Portugal. Para conseguirlo, está desarrollando en Huelva, junto a Bio-Oils, la mayor planta de biocombustibles de segunda generación del sur de Europa, que va a contar con la última tecnología creada específicamente para la producción de biocombustibles de este tipo.
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